A 25 años del lanzamiento del primer satélite universitario en México, el UNAMSAT-B, hoy los jóvenes seguimos avanzando hacia la consolidación de oportunidades en este sector. Yo soy miembro de un proyecto espacial universitario llamado Misión Colibrí, el cual desarrolla un nanosatélite que miniaturiza la medición de la densidad atmosférica, pone a prueba un nuevo tipo de propulsión y generará datos que ayudarán a la mitigación de la basura espacial. Con frecuencia, una de las preguntas a las que nos enfrentamos como equipo es: ¿Por qué se dedican a lanzar más satélites, si ya existen demasiados? ¿Por qué apoyarlos a desarrollar un satélite más, si en la Tierra hay problemas más importantes que salir al espacio?
La respuesta, así como el espacio mismo, es más cercana de lo que parece. Leamos un ejemplo: por la mañana suena mi despertador y es momento de comenzar el día; a mi celular le toma unos segundos obtener señal después de encenderlo, pero acto seguido comienza a sonar la ráfaga de mensajes llegando por WhatsApp: algunos de mis amigos, otros de colegas del trabajo y unos más de mi familia. En las noticias dicen que hoy entrará un huracán a la ciudad, por lo que abrigarse bien y salir con paraguas es buena idea… Oh, pero nos encontramos en pandemia, así que debo quedarme en casa, trabajar vía remota y, si salgo, debo asegurarme de usar cubrebocas y permitir que tomen mi temperatura.
¿Qué tiene que ver esta rutina con el espacio y los satélites?
Tiene todo que ver. De los 6,542 satélites que actualmente orbitan la Tierra, casi el 50% están activos y funcionando para proporcionar información en tiempo real que impacta nuestras vidas diarias. Rebobinemos la cinta: Los satélites son los responsables de extender una red de conectividad que permite a mi celular recibir una señal 4G o 5G y tener “datos” para consultar los mensajes que recibo o explorar las redes sociales. Son eficaces aliados de la moda, porque el 99% de las predicciones climáticas provienen de ellos, así que puedo confiar en sus observaciones para elegir cómo vestir hoy. Es gracias a los satélites de telecomunicaciones que puedo trabajar y estudiar virtualmente, así como ver los noticieros. Y, finalmente, la tecnología espacial impulsada por misiones pasadas ha derivado en innovaciones como el termómetro infrarrojo que hoy nos permite medir a distancia la temperatura y así evitar contagios.
Más allá de carreras por llegar a Marte o del turismo espacial, el espacio es también un recurso al que recurrimos todos los días para mejorar la vida en la Tierra. No es un mundo ficticio, lejano o reservado para las empresas multimillonarias, es una interacción con nuestro día a día. El Foro Económico Mundial señaló en 2020 que los todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS-ONU) establecidos por la ONU se benefician, directa o indirectamente, de las tecnologías espaciales.
Dentro del reporte que elabora el “Consejo Mundial sobre el Futuro de las Tecnologías Espaciales 2019-2020”, se identificaron las siguientes áreas de impacto que tienen los satélites: estudio del cambio climático; conectividad global e inclusión digital; observación terrestre para mejorar la agricultura, el acceso al agua potable y el mapeo de enfermedades; y la preservación de empleos y actividades económicas.
Y ¿qué dicen los números? ¿Vale la pena que México sea parte de esta nueva era espacial? Según datos de Statista, en 2019 la inversión mundial total en el sector espacial era de casi 17 mil millones de dólares y, según Space Foundation, esta inversión aumentó aproximadamente a 400 billones de dólares para 2020. Del mismo modo, el valor generado por la fabricación de satélites aumentó un 50% el último año, lo que equivale a $45 mil millones de dólares que impactaron directamente en empresas y servicios. Cabe mencionar, que esta industria genera empleos bien remunerados no solo para las profesiones científicas y técnicas, sino también para abogados, comunicadores y otras disciplinas sociales. El ejemplo con el que inició este texto nos dice que México claramente ya es parte de esta industria espacial, pero no como proveedor sino como consumidor. Entonces, ¿apoyar el desarrollo de satélites en México será en realidad una pérdida de tiempo para nuestra sociedad?
Como miembro de Misión Colibrí, considero que el valor de desarrollar y lanzar un satélite trasciende los conocimientos técnicos y el aporte científico que se pueda generar: es la afirmación que hacemos los jóvenes de que el espacio importa, tiene un rol en nuestras vidas y queremos ser parte de esa innovación. Si hoy, con más de 3 mil satélites en órbita activos, la tecnología espacial ha demostrado ayudarnos a conocer mejor la salud de nuestro planeta, buscar soluciones a problemas globales y mantenernos más cerca y conectados qué nunca, ¿qué sucederá si nos atrevemos a lanzar un satélite más?
mgm