Desde que existe la vida, existe, por consecuencia, la muerte, y por cientos de años se ha buscado una forma de detener el proceso para vivir por siempre. Sin embargo, hasta el momento lo más cercano a la vida eterna es la plastinación, una práctica que conserva el cuerpo humano hasta por 100 años, sin necesidad de refrigeración.
En varios países, incluido Alemania, donde fue creado el procedimiento, el ejercicio fue tomado como un agravio al ser humano y a su cadáver, debido a que en algunas regiones la costumbre es que los cuerpos, después de morir, deben ser velados y enterrados. No obstante, Juan David Hernández, de la UNAM, señaló que gracias a esta praxis es posible tener una referencia tangible del ser humano, al igual que de otras especies, lo que contribuye al avance científico.
“En el aula ayuda a que los nuevos médicos cometan los errores en la persona fallecida y no con el paciente, por ejemplo, en cirugías de neurología, de rodillas, plásticas, en artroscopia, y en prácticas de trasplantes, rotando un corazón de un cuerpo a otro”, detalló.
En México la plastinación de cadáveres es utilizada con fines docentes en escuelas de medicina, veterinaria y criminología, entre ellas en la Universidad de Guadalajara, misma que fue pionera en este ejercicio, así como la UNAM, la Universidad Nacional Autónoma de Morelos y algunos planteles veterinarios en Querétaro, Puebla, CDMX y Estado de México.
Aunque hubo una pausa a raíz de la pandemia, en la actualidad jóvenes médicos, veterinarios y forenses han retomado los talleres en los que pueden aprender de la vida por medio de la plastinación, una práctica que tarda aproximadamente un año y requiere de unas mil 500 horas de trabajo para la preservación de material biológico que consiste en extraer los líquidos corporales, como el agua y los lípidos, por medio de solventes como acetona fría y tibia para luego sustituirlos por resinas elásticas de silicona para
mantenerlos conservados por años y años.
MAAZ